jueves, 11 de agosto de 2011

Friburgo: alcachofas y kiwis en Kaisertuhl, por Remei González

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No estoy de vacaciones, simplemente vivo aquí. Es una de las ciudades más visitadas en Alemania por turistas de allende y autóctonos del país. La capital de la Selva Negra, el nombre le viene de la oscuridad que a veces reina en sus bosques debido a lo tupido de los árboles. Las fronteras casi colindantes de Francia y Suiza le confieren, además, un carácter cosmopolita, aún tratándose de una ciudad mediana. Pero más que dar cifras, que cualquiera puede encontrar en las numerosas guías de viaje que existen, me gustaría acercarme a un par de detalles menos conocidos y curiosos de la ciudad.
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Aparte de visitar el centro, muy pintoresco, recomiendo dar una vuelta por los pequeños barrios que no son tan concurridos, donde se encuentran rincones sugerentes. Uno de ellos es Herdern. Un tanto residencial, con bellas y espaciosas mansiones con jardines. En muchas de estas casas viven varias familias, aunque vistas desde fuera, pueda parecer que pertenecen a un solo propietario. Aquí se puede visitar el viejo cementerio, en el que ya no se entierra a nadie, pero que está lleno de personalidades que tuvieron su relevancia en la ciudad durante los siglos XVII y XVIII. Para ir al centro paso cada día por delante de la joven Christine Walther. Murió en 1867 cuando contaba 17 años. Entonces un anónimo admirador depositaba cada día flores frescas en su tumba. Se ha seguido con ese rito hasta el día de hoy, porque manos también anónimas han ido relevándose en este homenaje.
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Algo que siempre sorprende y provoca cierta incredulidad es el hecho de que el llamado centro histórico no tiene mucho de tal. No hay que olvidar que los bombardeos de los aliados destruyeron casi por completo la ciudad. Lo que vemos, pues, en la actualidad son reconstrucciones, para las que se siguió al pie de la letra todos los detalles, tomando como base los planos de los antiguos edificios.
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Una de las ventajas de Friburgo es su cercanía con ciudades como Colmar, Mulhouse, y en Suiza,  Basilea e incluso Zurich, situada sólo a dos horas. Así, es habitual acercarse a Francia o al país helvético para visitar museos o galerías, y hacer compras. Muchos alemanes sienten una cierta debilidad por lo que viene de Francia, por lo que resulta corriente comprar en Estraburgo vinos, quesos o pescado fresco. También se aprecia la generosidad con la que en Suiza se trata el arte y la cultura, en general; las importantes exposiciones en las numerosas galerías y museos de Basilea, por ejemplo.
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Friburgo está rodeada de verde. Sin temor a equivocarse, de cada uno de los puntos de la ciudad, tras haber andado diez minutos en cualquier dirección, acabas frente a una montaña, unas viñas o un bosque. Y a propósito de zonas verdes, a pesar de ser un tema conocido, hay que señalar la categoría de ciudad ecológica que se le concede a Friburgo, por lo que es probable que algunos hayáis oído hablar del barrio de Vauban como un ejemplo de aprovechamiento natural de la energía, tema tan debatido últimamente. El caso es que la mayoría de las viviendas funcionan con energía solar; los habitantes no circulan en coche, excepto por las calles principales del barrio, y existen muchas iniciativas y proyectos en pos de la racionalidad energética. El denominado car-sharing, por citar alguno: coches compartidos entre familias para ahorrar en gastos y contaminación.
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El mercado más grande al aire libre se sitúa alrededor de la catedral. A primera vista se diría que los vendedores son campesinos, pero cualquier friburguense que compre a menudo allí sabe perfectamente que hay que ir a la parte izquierda, que es donde se encuentran los hortelanos que ofrecen sus productos, mientras que, en la otra parte, se sitúan los comerciantes que venden lo que también se podría comprar en cualquier supermercado.
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En los posibles paseos por las calles uno se topa, de vez en cuando, con placas metálicas doradas integradas en el pavimento. No en vano, se llaman stolpersteine (piedras que te hacen tropezar), y suelen encontrarse en las aceras frente a algún edificio o tienda. Se trata de las viviendas que les fueron usurpadas a los judíos, y que luego perecieron, en gran parte, en los campos de concentración. A veces se les obligaba más o menos a malvender sus posesiones por sumas irrisorias, otras veces ni eso.
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El coche serviría para llegar hasta Friburgo, pero una vez dentro del recinto urbano resulta más útil conseguir una bicleta. El trazado inmenso de carriles bici facilita el desplazamiento y el adentrarse en lo recóndito de los barrios. Eso sí, circular con bicicleta no es actividad sólo del domingo por la tarde, sino algo cotidiano, y si no estás muy ducho en estas artes, a veces puedes sentirte atropellado por la velocidad y el número de ciclistas.
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El verde de los bosques, prados y jardines invita a sentarse sobre la hierba. Pero es mejor no dejarse ir demasiado. Hay muchas garrapatas que transmiten meningitis y borreliosis.
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Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.Después de muchos años de pasar por allí sin haberlo visto me quedé petrificada al descubrirlo. En una calle bastante céntrica de Friburgo me encontré con esta joya. Cómo ha llegado esto a una pared de una calle de Friburgo es un misterio. Pegada a una fachada. Pero ahí está. En principio muerta de risa, porque poca gente sabría identificar la procedencia y el significado. Seguramente en cualquier lugar público en España estaría cubierta de grafiti o simplemente ya no estaría. España, una, grande y libre.
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El clima de Friburgo es agradable. Hay zonas incluso con un microclima de carácter benigno como Kaiserstuhl, lugar de excelentes vinos blancos, situada a pocos kilómetros de Friburgo, donde se cultivan con éxito alcachofas, kiwis, quinotos y otras frutas y verduras que no son propias del país, pero que se dan aquí con cierta facilidad. Con los calores tan sofocantes en otras latitudes y una subida mesurada de la temperatura en esta parte de Alemania se especula si esta zona se convertirá en la nueva Toscana... Los inviernos no son tan crudos como en Berlín u otras ciudades del norte.
Friburgo es una ciudad amable con sus visitantes y merece la pena dedicarle algunas horas.
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* Remei González (Barcelona, 1962) ha estudiado traducción en la Universidad Autónoma de Barcelona, pero lleva veinte años viviendo en Alemania, donde ha regentado un café y está a punto de abrir un nuevo local, dedicado, probablemente, a la venta de vinos españoles y portugueses. Escribe intermitente, y le interesa el cuento y el microrrelato. En la última foto, a la izquierda, aparece Remei.
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** P.S. Durante el mes de agosto, publicaré las microcrónicas de viaje que me mandéis, seleccionando las que más me gusten. Tienen que ser inéditas e ir acompañadas de fotos. Gracias.  
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1 comentario:

yudy32 dijo...

Hola,
Vivo en Tenerife y junto a mi esposo e hijo nos quedaremos en un camping de Friburgo una semanita; me ha encantado el post y quería darte las gracias. Es una pena que no mencionas el nombre del café que regentas para poder visitarlo; de momento seguiré leyéndote. Un saludo