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DÍAS DE GLORIA
DÍAS DE GLORIA
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El abuelo mira a un lado y a otro y, cuando está seguro de que no lo ven, empieza su largo recorrido hacia el final del pasillo. Avanza con su andador muy, pero que muy despacio. A cada paso se hace estatua. No quiere que nadie intuya su destino. Se cruza con una cuidadora pero ella apenas levanta la vista; bien, señal que no levanta sospechas.
El abuelo es un héroe de la paciencia, un ave fénix de la tenacidad. Ahora, cuando más ansioso está por llegar a su destino, es cuando su andar se hace más lento. Se contiene gracias al carraspeo de las zapatillas que arrastra por el suelo: sabe que debe escuchar un “ras” cada vez más espaciado.
El abuelo mira a un lado y a otro y, cuando está seguro de que no lo ven, empieza su largo recorrido hacia el final del pasillo. Avanza con su andador muy, pero que muy despacio. A cada paso se hace estatua. No quiere que nadie intuya su destino. Se cruza con una cuidadora pero ella apenas levanta la vista; bien, señal que no levanta sospechas.
El abuelo es un héroe de la paciencia, un ave fénix de la tenacidad. Ahora, cuando más ansioso está por llegar a su destino, es cuando su andar se hace más lento. Se contiene gracias al carraspeo de las zapatillas que arrastra por el suelo: sabe que debe escuchar un “ras” cada vez más espaciado.
El ventanal ya está abierto. Eso supone una gran ventaja. Nadie ha imaginado lo que se propone; no habrá gritos, saltos, inmovilizaciones esta vez. No volverán a hablarle de Paco (su mejor amigo de la residencia se lanzó en abril, pero es un secreto. Estas cosas se silencian a rajatabla). Si lo consigue, demostrará que aún gobierna su destino, y no volverá a escuchar las mojigaterías de la psiquiatra.
El abuelo llega a su meta. Es un campeón. No pueden ni imaginarse lo que significa: ninguno de ellos, con sus piernas sanas, su libertad para entrar y salir, su idea preconcebida de lo que debe ser la vida de un anciano enfermo, tiene ni la más remota noción del fenomenal sabor a triunfo que supone alcanzar el ventanal, notar el aire en el rostro, inclinarse levemente hacia afuera, dejar que el cuerpo oscile respirando aire fresco y, unos segundos antes de que alguien lance el grito fatal y resuenen todos los demás a coro, antes de que en sus memorias flote la tragedia de abril y antes de que piensen en cómo ocultarlo de nuevo (casi los ve mirarle desde una fracción congelada de segundo, como si él fuera el espectador y no el protagonista), enarbolar a la velocidad del rayo el cigarro escondido y prenderlo con vertiginosa e insondable maestría, bien en alto: himno a la humanidad recuperada.
Todavía puede ser el más rápido, pobres diablos: ninguno, no, ninguno sabe qué bien sienta reírse de ellos a carcajadas, demostrarles quién es aún el abuelo y robarles pública y soberbiamente el triunfo al conseguir siquiera una, aunque sea una sola, pero sarcástica, gloriosa y fenomenal, calada.
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RIESGOS DOCENTES
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RIESGOS DOCENTES
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Siempre llamándome Péguez. Péguez esto, Péguez lo otro. Péguez cierra el móvil cuando estás en clase. ¡A los demás los llama por su nombre! ¿Tienes que sonagte así, que los compañegos no oyen ni togta? Para lo que tienen que oír, jopeta. Y al menos se ríen, que con sus gráficas plasta, todos muertos. El otro día cómo se puso el gangoso, total porque jugaba con mi imán y sus clips: volaban de su mesa a la mía. Péguez te pongo un punto negativo. Luego como el de ciencias nos contó lo del magnetismo, que si imantas un reloj se para, pues pensé vas a ver, me acerqué en el patio y zas, se lo puse bien cerca, cerca del corazón pero por la espalda, a ver qué pasaba. La mongui de la Rosa lo estropeó todo, me vio y se puso a gritar, las manos en los cachetes de foca, ¡para, animal, para! El gangoso retorciéndose por el suelo, sólo decía mag-ca-pasos, mag-ca-pasos. El Nando y yo es que nos partíamos, macho, qué cara de idiota ponía el tío. Pero jopeta. Ahora dicen que todo es culpa mía y que me va a caer un puro. Pues a la porra cachiporra y me piro vampiro, yo no voy a comerme el marrón.
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* Susana Camps (Barcelona, 1963) estudió Filología y se doctoró en Traducción. Ha publicado relatos, críticas literarias y una novela. Tiene inédito un libro de microrrelatos, para el que le gustaría encontrar un buen editor.
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* El dibujo es de Mathias Weischer.
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Siempre llamándome Péguez. Péguez esto, Péguez lo otro. Péguez cierra el móvil cuando estás en clase. ¡A los demás los llama por su nombre! ¿Tienes que sonagte así, que los compañegos no oyen ni togta? Para lo que tienen que oír, jopeta. Y al menos se ríen, que con sus gráficas plasta, todos muertos. El otro día cómo se puso el gangoso, total porque jugaba con mi imán y sus clips: volaban de su mesa a la mía. Péguez te pongo un punto negativo. Luego como el de ciencias nos contó lo del magnetismo, que si imantas un reloj se para, pues pensé vas a ver, me acerqué en el patio y zas, se lo puse bien cerca, cerca del corazón pero por la espalda, a ver qué pasaba. La mongui de la Rosa lo estropeó todo, me vio y se puso a gritar, las manos en los cachetes de foca, ¡para, animal, para! El gangoso retorciéndose por el suelo, sólo decía mag-ca-pasos, mag-ca-pasos. El Nando y yo es que nos partíamos, macho, qué cara de idiota ponía el tío. Pero jopeta. Ahora dicen que todo es culpa mía y que me va a caer un puro. Pues a la porra cachiporra y me piro vampiro, yo no voy a comerme el marrón.
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* Susana Camps (Barcelona, 1963) estudió Filología y se doctoró en Traducción. Ha publicado relatos, críticas literarias y una novela. Tiene inédito un libro de microrrelatos, para el que le gustaría encontrar un buen editor.
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* El dibujo es de Mathias Weischer.
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