lunes, 16 de diciembre de 2013

Sobre `Siempre supe...´, de Eduardo Lago

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Teatro de obsesiones
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Nace una editorial literaria de la mejor manera posible, amparándose en Cicerón, Alios vidi ventos, aliasque procellas (He visto otros vientos, y otras tempestades), según reza el colofón, nada menos que con una arriesgada novela de Eduardo Lago, Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee (Malpaso, Barcelona, 2013 ) cuya obra parece orbitar como un satélite independiente a caballo entre dos tradiciones literarias: la norteamericana y la hispánica. A la primera lo vinculan las lecturas, las técnicas, la composición y los materiales que acarrea; a la segunda, la lengua y el origen.
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No resulta sencillo sintetizar su argumento: un escritor que hace de negro, Stanley Marlowe, recibe dos encargos casi opuestos que acabará simultaneando, a la vez que lleva un diario y escribe su propia obra, el relato “Un torso sin rostro”, donde rehace la novela de Siri Hustvedt sobre el hijo que Paul Auster tuvo con la excelente narradora Lydia Davis. El primero consiste en escribir la autobiografía, orientada en parte, del magnate Arthur Laughton, a quien le quedan pocos meses de vida, y que recibe de su más joven y atractiva esposa, Gloria; mientras que el segundo encargo procede de un periodista y escritor, David Mitchell, que utiliza el sobrenombre de Benjamin Hallux, para que le ayude a desvelar –tras dar por hecho que quienes hacen de negros carecen de imaginación-  los recursos creativos agazapados en las 138 fichas que Nabokov compuso para escribir El original de Laura, novela inacabada que ordenó destruir a su muerte, lo que sus herederos desoyeron, pues fue publicada en el 2009.  .......

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Como puede deducirse, la novela resultante, de título poco afortunado y con resonancias de Poe, de una canción popular de la guerra de secesión y de Nabokov, está empapada de literatura. No en vano, muchos de sus personajes forman parte del sistema literario, y la historia se desarrolla en torno a la pieza inacaba del autor de Pálido fuego, de las palabras con que significativamente se cierra: siete sinónimos del verbo destruir. Asimismo, casi todos los nombres de los personajes remiten, más en calidad de parodia que de homenaje, a otros seres de ficción o reales, aunque lo reiterado del procedimiento menoscabe parte de su efecto. A todo ello deben sumarse los remedos de diversos géneros, ya sea la novela negra o la de intriga.
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Se trata, en suma, de un relato reflexivo y metaliterario en donde el pensamiento ahoga en ocasiones lo narrativo. Pero también resulta una novela ambiciosa aun cuando en conjunto me parezca fallida, al margen incluso de que algunos episodios sean gratos de leer, como la escena de persecución al más puro estilo del cine mudo y aquella otra del perro que habla, el olisqueador de manuscritos (pp. 149 y 156); o el diálogo de besugos que mantienen el capitancito y Hallux (p. 223).  
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Podría definirse como una novela de obsesiones: las que el propio Lago transmite a sus personajes, a Hallux y Marlowe, con el escritor ruso siempre de fondo. La historia gana cuando el autor se decide a contar peripecias, entre humorísticas y paródicas, con múltiples remisiones. En cambio, la transcripción y los comentarios que genera el informe de Marlowe sobre la obra de Nabokov, junto con las notas de Hallux, que ocupan cuatro de las catorce secciones de la novela (un Índice hubiera resultado útil), hasta alcanzar un total de algo más de cien páginas, casi un tercio de la obra, resultan más bien fastidiosos. Acaso habría sido mejor barajar ciertas dosis de metaliteratura y reciclamiento con algo más de emoción. Sea como fuere, lo que la novela plantea es el porqué de la ficción, su necesidad y posible utilidad.
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Siento no compartir el entusiasmo que Eduardo Lago manifiesta por la inacabada narración, y que en su día consideraron fallida los nabokovianos más conspicuos, con Martin Amis a la cabeza; la cual se nos presenta como “un conjunto de fichas manuscritas plagadas de borrones y tachaduras” (p. 5) bajo los que late una novela fascinante. Y aunque quizá semejantes disquisiciones interesaran a los fans incondicionales del autor de Lolita; creo que apenas si atraerá a la mayoría de los lectores. Y, sin embargo, durante la presentación de la novela en Barcelona disfruté oyendo al autor explicar los orígenes y entresijos de su obra, hasta el punto de que me pareció más atractivo su relato que la plasmación escrita.   
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Pero basta ya de chincherías. Si como ha apuntado Vila-Matas y ratificado su autor en alguna crónica, la novela acaba con esa indigesta olla podrida en que a menudo se convierte la metaliteratura (la comparación culinaria es mía), bienvenida sea; pues si lo menos consistente de esta obra es lo que tiene de ensayo tedioso, lo mejor aparece cuando Eduardo Lago se decide a narrar, adentrándose en el territorio del humor, el disparate y la parodia.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 13 de diciembre del 2013.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

francis black

Fui un rato a esa presentación y tuve la sensación que estaba explicando todo el libro. LLegué tarde me perdí a V-M, arriba cantaba Marta Gómez.

http://youtu.be/qOHB7_H-itw