Teatro de obsesiones
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Nace
una editorial literaria de la mejor manera posible, amparándose en Cicerón, Alios vidi ventos, aliasque procellas
(He visto otros vientos, y otras
tempestades), según reza el colofón, nada menos que con una arriesgada novela
de Eduardo Lago, Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee (Malpaso, Barcelona, 2013 ) cuya obra parece orbitar como un satélite independiente a
caballo entre dos tradiciones literarias: la norteamericana y la hispánica. A
la primera lo vinculan las lecturas, las técnicas, la composición y los
materiales que acarrea; a la segunda, la lengua y el origen.
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No
resulta sencillo sintetizar su argumento: un escritor que hace de negro,
Stanley Marlowe, recibe dos encargos casi opuestos que acabará simultaneando, a
la vez que lleva un diario y escribe su propia obra, el relato “Un torso sin
rostro”, donde rehace la novela de Siri Hustvedt sobre el hijo que Paul Auster
tuvo con la excelente narradora Lydia Davis. El primero consiste en escribir la
autobiografía, orientada en parte, del magnate Arthur Laughton, a quien le
quedan pocos meses de vida, y que recibe de su más joven y atractiva esposa, Gloria;
mientras que el segundo encargo procede de un periodista y escritor, David
Mitchell, que utiliza el sobrenombre de Benjamin Hallux, para que le ayude a desvelar
–tras dar por hecho que quienes hacen de negros carecen de imaginación- los recursos creativos agazapados en las 138 fichas
que Nabokov compuso para escribir El
original de Laura, novela inacabada que ordenó destruir a su muerte, lo que
sus herederos desoyeron, pues fue publicada en el 2009. .......
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Como
puede deducirse, la novela resultante, de título poco afortunado y con
resonancias de Poe, de una canción popular de la guerra de secesión y de Nabokov,
está empapada de literatura. No en vano, muchos de sus personajes forman parte
del sistema literario, y la historia se desarrolla en torno a la pieza inacaba
del autor de Pálido fuego, de las
palabras con que significativamente se cierra: siete sinónimos del verbo destruir. Asimismo, casi todos los
nombres de los personajes remiten, más en calidad de parodia que de homenaje, a
otros seres de ficción o reales, aunque lo reiterado del procedimiento menoscabe
parte de su efecto. A todo ello deben sumarse los remedos de diversos géneros, ya
sea la novela negra o la de intriga.
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Se
trata, en suma, de un relato reflexivo y metaliterario en donde el pensamiento ahoga
en ocasiones lo narrativo. Pero también resulta una novela ambiciosa aun cuando
en conjunto me parezca fallida, al margen incluso de que algunos episodios sean
gratos de leer, como la escena de persecución al más puro estilo del cine mudo
y aquella otra del perro que habla, el olisqueador de manuscritos (pp. 149 y
156); o el diálogo de besugos que mantienen el capitancito y Hallux (p. 223).
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Podría
definirse como una novela de obsesiones: las que el propio Lago transmite a sus
personajes, a Hallux y Marlowe, con el escritor ruso siempre de fondo. La historia
gana cuando el autor se decide a contar peripecias, entre humorísticas y
paródicas, con múltiples remisiones. En cambio, la transcripción y los
comentarios que genera el informe de Marlowe sobre la obra de Nabokov, junto
con las notas de Hallux, que ocupan cuatro de las catorce secciones de la
novela (un Índice hubiera resultado útil), hasta alcanzar un total de algo más
de cien páginas, casi un tercio de la obra, resultan más bien fastidiosos. Acaso
habría sido mejor barajar ciertas dosis de metaliteratura y reciclamiento con algo
más de emoción. Sea como fuere, lo que la novela plantea es el porqué de la
ficción, su necesidad y posible utilidad.
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Siento
no compartir el entusiasmo que Eduardo Lago manifiesta por la inacabada narración,
y que en su día consideraron fallida los nabokovianos más conspicuos, con
Martin Amis a la cabeza; la cual se nos presenta como “un conjunto de fichas
manuscritas plagadas de borrones y tachaduras” (p. 5) bajo los que late una
novela fascinante. Y aunque quizá semejantes disquisiciones interesaran a los
fans incondicionales del autor de Lolita;
creo que apenas si atraerá a la mayoría de los lectores. Y, sin embargo, durante
la presentación de la novela en Barcelona disfruté oyendo al autor explicar los
orígenes y entresijos de su obra, hasta el punto de que me pareció más
atractivo su relato que la plasmación escrita.
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Pero
basta ya de chincherías. Si como ha apuntado Vila-Matas y ratificado su autor
en alguna crónica, la novela acaba con esa indigesta olla podrida en que a menudo
se convierte la metaliteratura (la comparación culinaria es mía), bienvenida
sea; pues si lo menos consistente de esta obra es lo que tiene de ensayo
tedioso, lo mejor aparece cuando Eduardo Lago se decide a narrar, adentrándose en
el territorio del humor, el disparate y la parodia.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 13 de diciembre del 2013.
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1 comentario:
francis black
Fui un rato a esa presentación y tuve la sensación que estaba explicando todo el libro. LLegué tarde me perdí a V-M, arriba cantaba Marta Gómez.
http://youtu.be/qOHB7_H-itw
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