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El crítico, poeta, narrador y ensayista Fernando Aínsa ha obtenido, por el conjunto de su obra, el Premio Imán 2013 que concede la Asociación Aragonesa de Escritores, reconocimiento establecido en honor de Ramón J. Sender y de su novela Imán, quizá la mejor de las suyas y una de las más destacadas del siglo XX en España, que -por cierto- da nombre a una revista cuyo número 29 acaba de presentarse.
Como homenaje a Fernando Aínsa, publicamos un texto inédito.
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LA CASA DE AQUELLA INFANCIA
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De aquella casa
en la que viviera una feliz infancia,
...........vecina al
Parque del Prado y su descuidada rosaleda,
guardaba el
rencor que siguió al desahucio: los muebles, la ropa, los libros, los trastos
en la calle, la tenue llovizna otoñal empeorando la escena para mejor grabarla
en la memoria,
El Alguacil del
juzgado ha levantado el acta de la misión cumplida, sellada la puerta con lacre
sobre el pasado.
En ese momento
...........—con sus
catorce años recién cumplidos,
jura a su
desconcertada madre, venganza.
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Viven luego en un
cuarto piso sin ascensor no muy lejos de aquella casa.
Una sola ventana
abierta a un ruidoso patio interior da respiro; de allí el mayor empeño con que
sigue estudiando se inclina sobre textos que hace suyos mascando tenaz las
palabras.
Pasan, sin
poderlo remediar, los años.
El padre
desaparecido en la nebulosa de una quiebra mal gestionada,
manda de tanto en
tanto una modesta mesada y promete volver, eso sí, sin mayor entusiasmo.
La madre absorta
en un melancólico silencio, hace de la resignación triste remedio. Sigue sin
entender lo que ha pasado.
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Para alimentar
aquel lejano rencor y evitar que el tiempo lo atenúe,
............—como suele
hacer con tantas otras cosas que va desgastando—
pasea los
domingos con su madre e inevitablemente sus pasos los llevan al parque y a la
esquina de la casa de su infancia.
La contemplan,
ahora habitada, recién pintada de verde claro, y se sientan en un banco a lo
lejos, mascullando fragmentos de recuerdos mal digeridos.
Buscan en sus
muros alguna grieta, el resquicio para recuperar lo perdido, una forma inédita
de volver hacia el pasado.
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Un día, ya
funcionario de un juzgado, notificador de testigos y sentencias, paseando
frente a la casa de siempre,
ve a un niño
asomado a la ventana del que fuera el cuarto de su infancia.
Las miradas se
cruzan.
Desconcertado,
cree adivinar en su perfil un extraño parecido con el suyo y su pasado, para
decirse:
......“Un joven de aquella edad mía,
......un joven que no soy yo”-
Tal es la
intensidad de ese intercambio que al cabo de un instante, fogonazo intenso de
la memoria revivida, está en la piel de aquel niño que pudo ser él,
—que tal vez lo
sea—
y todo ha sido un
mal sueño,
........“Como si un espejo velado por los años
..................................—dijera
el poeta—
......................inesperado, se revelara”.
Una pesadilla
proyectada desde un turbio pasado
al presente del
que nunca debiera haber salido.
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Está ahora
asomado a la ventana
—un hombre lo observa desde la
acera—
sus padres
conversan en el patio,
sobre los restos
de un asado recién hecho en la barbacoa del fondo, como se debe en un domingo
asoleado.
El rencor y la
sed de venganza
............—si los hubo—
aparcados, lejos
de esta bonanza recuperada después de tanto tiempo.
La respira con
alivio junto a su madre rejuvenecida y a su padre que ha regresado,
............esta vez para
quedarse.
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