sábado, 18 de marzo de 2017

Ioana Gruia: El expediente Albertina

            
OTRAS DICTADURAS
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Con El expediente Albertina, la autora obtuvo el Premio Tiflos, cuyo prestigio lo avala un jurado compuesto por los escritores Luis Mateo Díez y Manuel Longares, y por el crítico Ángel Basanta. La acción de la novela, se compone de 78 breves capítulos, transcurre en Rumanía, y cuenta la historia de cuatro amigas, deteniéndose sobre todo en dos fechas significativas, 1984 y 2004, aunque no falten constantes referencias al pasado. Dos de ellas, Laura y Smaranda, ambas escritoras, han tenido que exiliarse en Orlando y París, mientras que las otras dos, Dana y Victoria, han permanecido en Bucarest, la primera dedicada a la política, en un partido reaccionario, adaptada al nuevo sistema, y la segunda como profesora de universidad y crítica literaria, haciendo malabarismos para sobrevivir. La acción transcurre en la capital rumana, aunque en diversos momentos del relato nos lleve a Nueva York, Roma o Granada, así como al resto de las ciudades citadas. Pero no se trata de una historia meramente deslocalizada, como suele ocurrir con frecuencia en la narrativa española más reciente, que a veces gusta de un cierto exotismo superficial, sino que igual que en la excelente La hija del este (2013), de Clara Usón, se basa en el conocimiento de la materia que trata.

            
El título alude a una de las protagonistas, Laura Aldea, denominada Albertina por su amante, dada su fascinación por Proust, a quien ella le ha dedicado su tesis doctoral, nombre en clave que recibe en los informes de la Securitate. Y aunque se trata de una obra polifónica, pues el narrador en tercera persona cede la voz a los distintos personajes, no es menos cierto que Laura es el epicentro de la trama. Se nos presenta, estamos en 1984, como una mujer atractiva y una poeta reconocida que se gana la vida en la redacción de la revista literaria Arco Iris, vinculada al régimen, como todas las permitidas entonces en el país. Está casada con Adrian, compositor apreciado en los Estados Unidos, donde se le augura un futuro prometedor.
    
El conflicto surge por distintas razones: sus poemas molestan al régimen, ya que cuestionan la imagen idealizada del país que los gobernantes pretenden mostrar; los celos de Dana, compañera de la redacción, pues Laura se ha convertido en amante de su marido, Albert Tomescu; y la envidia de algunos conocidos, a cuyos requerimientos amorosos, ella no corresponde. El caso es que Smaranda y Laura fueron expulsadas del partido por sus compañeros de redacción, a mediados de los años ochenta.
         
La acción arranca, sin embargo, en el 2004, el presente narrativo, en el momento en que ambas escritoras, reinstaurada la democracia en el país, regresan a Rumanía y se reencuentran con sus familiares y amigos. La primera vuelve para conocer su expediente y, además, intentar acabar con el bloqueo creativo que padece; mientras que la segunda desea reencontrase con su antiguo amante (p. 119). A la vez, Gabriela, una joven licenciada, hija de Dana y Albert, decide dedicar su tesis a estudiar la poesía de Laura Aldea, por lo que solicita permiso oficial para consultar su expediente. No en vano, ha llegado la hora en la que todos pueden conocer los informes del régimen comunista, e incluso quién los redactó. Pero mientras que unos prefieren saber la verdad, otros temen toparse con una información que les resulte demasiado dolorosa. 
            

En suma, lo que cuenta esta novela son las conflictivas relaciones que surgen entre un grupo de personas que forman parte de la vida política y cultural de la Rumanía gobernada con mano férrea por Ceaucescu, cuyo régimen cayó en 1989. Lo curioso es que al dictador no se le nombra hasta la página 235, y luego en un par de ocasiones más, en una novela que se acerca a las 300 páginas, aun cuando su figura resulte omnipresente. La narración no solo nos muestra cómo funcionaba la
Securitate, la manera en que componía sus informes falsos, sembrando dudas; y cómo captaba a los delatores, enfrentando a familiares y arruinando vidas; sino que también pone de manifiesto el desmedido afán por el dinero y la corrupción, tanto de aquellos que merodeaban por los alrededores del poder, como de los ciudadanos que se aprovechaban del mercado negro para explotar a sus vecinos. Y en sus aspectos más ridículos, se nos recuerda las peregrinas ideas que los funcionarios del régimen pretendían implantar sobre la literatura (pp. 106 y 111). Se hace hincapié, además, en la represión suplementaria que padecen las mujeres, en la educación machista y pacata (“Sabía de sobra el prestigio carpetovetónico de la procacidad masculina en un país que desbordaba machismo”, p. 23), y en sus frecuentes acosos y represiones sexuales, en las humillaciones que sufre Alina, la joven lesbiana. Aunque me imagino que el narrador se refiriere a una versión rumana de lo carpetovetónico, pues se trata de un concepto típicamente español, que incluso sirvió para denominar un subgénero que cultivó Cela, el apunte carpetovetónico.
            
La novela nos muestra también lo que eran los protagonistas, y sus correspondientes parejas, y en qué han acabado convirtiéndose con el paso del tiempo; las inquietudes profesionales de los jóvenes Gabriela y Dan, brillante matemático, a quien le han concedido una beca en Harvard, hijo de Victoria; o de la actriz Alina, todos ellos miembros de una tercera generación, que a pesar de vivir en mayor libertad ponen sus esperanzas en emigrar. La caída del régimen comunista los obliga a todos ellos a cambiar de vida: unos acaban formando parte de la nueva nomenclatura; otros se adaptan, como hace Vonea, director de la revista en la que trabajaban las protagonistas, al montar dos canales de televisión, en uno de los cuales defiende a un antiguo delator, ahora aspirante a la presidencia del país, con el apoyo oportunista de Dana; mientras que los más íntegros intentan sobrevivir como pueden. 
            
La autora utiliza diversos materiales textuales, en especial fragmentos de informes que aparecen firmados con seudónimo, contribuyendo así a alimentar la intriga, sin que falte un chiste (pp. 178 y 179). A partir del mismo título el lector espera saber qué contiene el informe Albertina (los archivos de la antigua Securitate pueden consultarse desde 1999), quién delató a Laura para minar su reputación y que cayera en desgracia. En suma, en una sociedad podrida no faltaba gente que denunciaba a sus familiares, amigos o vecinos, para salvarse ellos, bien por miedo, por coacciones o simplemente para beneficiarse, haciendo así méritos ante los funcionarios de la dictadura, tal y como también se cuenta en la película La vida de los otros (2007), de Florian Henckel von Donnesmarck. Dichos informes, aunque escritos en serio, en “el lenguaje oficial de madera” (p. 256), solo pueden leerse hoy como si hubieran pretendido cultivar un humor grotesco. El reproche que debo hacerle es que a veces flaquea la lengua, necesitada de un cepillado a fondo, algo que se hubiera evitado con una corrección de estilo.
            
El gran escritor Mircea Cartarescu, en una entrevista que le concedió al periodista de La Vanguardia Xavi Ayén, afirmaba que “Rumanía es un pequeño país latinoamericano que se perdió en medio de Europa”. No parece una mala definición, y rasgos de esa imagen simbólica nos transmite esta novela, que al fin y a la postre trata de la condición humana puesta en una situación límite, de “un país de vigilantes y vigilados” (p. 266), y de cómo algunos individuos fueron capaces de mantener la dignidad en tiempos de miseria, mientras que otros se enfangaban, beneficiándose de la corrupción general de la dictadura, o en los mejores casos permanecían de perfil.
            
* Esta reseña ha aparecido en la revista el El Viejo Topo, núm. 350, marzo del 2017, pp. 77-79.
            
            
     
** Ioana Gruia nació en Bucarest, en 1978, y se afincó en España a los 18 años; donde ha acabado adoptando el castellano como lengua de su obra literararia y ensayística, tras formarse como profesora e investigadora en Literatura Comparada en la Universidad de Granada. Iona Gruia forma parte de esos escritores de identidad múltiple, cada vez más frecuentes entre nosotros, ocurre también en los casos de la narradora Monika Zgustová y de la poeta Corina Oproae, por solo citar a autores nacidos en el antiguo Este que utilizan el catalán o el castellano en sus obras. Su vinculación con la cultura y la literatura rumana la ha acercado, sobre todo, a la obra de Norman Manea, de quien ha sido su mayor valedor en España, junto a Antonio Muñoz Molina.
          

1 comentario:

Keren Verna dijo...

Me ha gustado tu reseña, pinta una lectura interesante y además, para aprender. Me la apunto. Gracias!