lunes, 26 de octubre de 2015

CARMELA GRECIET

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EROS y TÁBANOS

-Llévame a los acantilados- le pidió su novia al empleado de la funeraria.

Él, complaciente, arrancó el coche fúnebre y atravesaron la ciudad rumbo a la costa.

Ya habían rebasado las afueras, cuando ella se quitó la blusa:

-Te espero ahí detrás- dijo, pasando entre los asientos. A la luz del atardecer sus senos oscilaron como dos frutos cálidos.

Durante las obligadas esperas del trabajo, había ido él desgranando con disimulo ramos y coronas de los difuntos transportados aquel día, dejando la carroza funeraria convertida en un lecho de flores.

Ahora, en el retrovisor, mientras ascendían por las estrechas carreteras, la contempló allí tendida, desnuda toda ya, sonriente, bellísima, con sus largos cabellos esparcidos..., pero cuando llegaron a lo más alto vio con sorpresa que a ella se le mudaba el gesto y empezaba a gritar dando manotazos:

-¡Tábanos, hay tábanos! – se podía oír su zumbido oscuro y pegajoso.

De inmediato, paró el coche y se bajó con intención de abrir el portón trasero para liberarla, pero sólo pudo esbozar un ademán ridículo en el aire, pues se había olvidado de echar el freno de mano y el vehículo con ella dentro se le estaba yendo, se le había ido ya, de hecho, ladera abajo. 

Y aunque corrió detrás para alcanzarla, apenas tuvo tiempo de ver tras el cristal su bello rostro aterrado y, después, al fondo del abismo de la noche, contra las rocas del acantilado, aquel estallido colosal de fuego y flores.
 
 

* Este microrrelato es inédito.
El cuadro es del pintor francés Anne-Louis Girodet, y lleva por título "Atala en la tumba".

7 comentarios:

Carmen Peire dijo...

¡Caray!

Unknown dijo...

Me ha gustado ya desde el título. El juego con eros y tábanos (en vez de tanatos) me llevaba a pensar desde las primeras frases en el fatal desenlace. Que el enamorado sea empleado de la funeraria y alfombre con pétalos el asiento trasero del coche fúnebre para preparar el lecho de su Ofelia, es un toque de humor negro cuando los tábanos son su único acompañante en la caída. Y estupendamente contado.
Un saludo y otro a Fernando, por subir este micro.

elf dijo...

Pregunto: ¿Es inédito aunque ya se haya publicado en este blog?

Juan dijo...

Otro gran relato salvaje de Carmela Greciet.

Fernando Valls dijo...

Elf, ahora ya no es inédito, pero lo era hasta que apareció en blog. Saludos.

faustino dijo...

Como siempre tus marraciones son tan admirables como sorprendentes. Y empiezas fuerte, casi en lo más alto, "llévame a los acantilados", dice ella; llévame al límite, al extremo, al éxtasis. Pero él, incluso con su mejor disposición, sólo llegaba a ser empleado de la funeraria y llevaba a su novia en el coche fúnebre (¿no me digas que esa es formar de ligar y de seducir?) y además ¡sólo era un hombre!, ¡un hombre! ¿cómo podía complacerla?
Salieron de la rutina, de la ciudad y llegaron a las afueras, estaban explorando todas las posibilidades. Ella se quitó la blusa como invitación a la gloria con la esperanza de que allí se mostrasen y el mosto de granadas degustasen (que diriía nuestro querido San Juan sin la cruz).
Él, en su ingenua candidez, creía que las flores que había ido recogiendo de los sucesivos oficios de difuntos del día podían suponer un lecho de "flores y rosales". No se había preparado, no tomaba la iniciativa, no sabía.
Ella, ofreciendo todo el esplendor de su belleza, más que sonriente y bellísima, descubre la vulgaridad de ese lecho, lleno ahora de vulgares mosquitos y tábanos (que no eran de Atenas).
Él, tan rápido como inconsciente (¡y qué hombre no es inconsciente ante esa promesa de felicidad!) bajó del coche olvidándose de echar el freno de mano (incapaz de controlarse, tal vez un símbolo de su eyaculación precoz) y el vehículo, ¡y ella!, se iban ladera abajo, lejos de su alcance.
Y aunque corrió lo que pudo sólo puedo contemplar su terror y luego la explosión de "fuego y flores". Triste impotencia la de él, triste innsatisfacción la de ella. Y es que a quién se le ocurre tener un novio que trabaja con la muerte y no con la vida, a quién se le ocurre acostarse con un hombre cuando es un superhombre lo que necesita; ¿acaso un simple hombre mortal puede dar entera satisfacción a una mujer? (léase "El amante de lady Chaterley", de D. H. Lawrence).
(Un paréntesis, pienso que pronto se demostrará que casi ningún hombre puede dar satisfacción existencial, vital, sexual, sensual... a una mujer libre. Sobre todo si pensamos que la sexualidad masculina está bien delimitada mientras que la femenina parece en teoría casi ilimitada).
Y dicho todo esto, ¡pobre mujer, dispuesta a llegar a lo más alto con un cómplice tan insuficiente o incompetente!, ¡y pobre hombre, dispuesto a complacerla en todo pero incapaz de llegar a lo más alto!

Faustino López Pérez faustinolp1@yahoo.es

Unknown dijo...

Como casi todos los microrrelatos escritos por Carmela Greciet, una autora tan poco prolífica como genial, este cuento, en mi opinión, es mucho más potente de lo que a primera vista puede parecer.

Veámoslo desde la dialéctica Eros-Thánatos y su papel en el relato. Thábanos (llamémosle así: Tábano + Thánatos) tiene continuidad desde que aparece en escena hasta el final. Eros, sin embargo, no la tiene. Resulta desplazado con la aparición del bicho, primero, hasta desaparecer por completo con la imagen del novio-sepulturero corriendo y la cara de terror de la chica dentro del coche ladera abajo, después. Ahí se le cambia ya totalmente el chip al lector.

Eros reaparece en el desenlace con una "explosión de fuego y flores" (orgasmo, éxtasis…) que, en primera instancia, uno piensa que resultaría ser un final genial si esa continuidad no se hubiera visto quebrada con esos típicos y desconcertantes cambios de registro que la autora suele introducir en sus escritos y que afectan de modo directo al ánimo del lector. De hecho, muy pocos lectores intuirán la metáfora.

Esto es característico de su escritura. Probablemente sea el reflejo de una personalidad compleja, sensible y rica: imbuida en su subjetividad creadora y quizás de modo no siempre consciente, Carmela G. cambia con frecuencia en sus escritos de nivel, de plano interpretativo.

Mi pregunta, para quien guste de reflexionar, sería la siguiente: ¿sería necesaria la continuidad del Eros en el relato para proporcionar así un sentido integrado del mismo, “guiando”, por decirlo así, al lector desde que la protagonista se quita la blusa y aparecen sus senos oscilantes y cálidos hasta ese estallido final de “fuego y flores? ¿O, más bien, la fuerza subyacente, e incluso la genialidad, del relato consiste precisamente en articular ese solapamiento de planos y registros, esa discontinuidad, y proporcionar así al lector sensaciones y elementos variadísimos de interpretación, reflexión y sentido,?

Personalmente, y habiendo leído los cuentos anteriores de Carmela Greciet, me inclino por esta segunda opción. Complejidad, genialidad y sentido (que incluye de manera esencial el sin-sentido de la propia escritura y de la propia existencia)

Manuel Cabo Ochoa
manuelcaboochoa@yahoo.es
(DNI:13921105X)