domingo, 3 de agosto de 2014

Ceremonia en la catedral de Vladimir

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Sea uno religioso o no, resulta obligado en San Petersburgo visitar la catedral de Vladimir, que se encuentra situada muy cerca de la casa museo de Dostoyevsky. El momento más adecuado para la visita es durante la celebración de una ceremonia religiosa. Se accede a la nave central del templo subiendo unas escaleras que nos llevan al primer piso y allí nos encontramos con un recinto más bien pequeño, para las dimensiones habituales de las iglesias católicas, en el que aparecen iconos adornados con jarrones de flores distribuidos por todo el espacio, colgados de la pared o de las columnas, ante los que los feligreses hacen cola para besarlos. A lo largo de la nave se produce un incesante bulle bulle de gente de toda edad y condición (desde ancianas decrépitas a atractivas jóvenes con tacones inverosímiles, sin que falten los hombres) que reza, se santigua o hace cola ante el sacerdote para que le aconseje, quien se mantiene de pie, a la vista de todo el mundo. Las mujeres van tocadas con velo, que entregan asimismo en la entrada a las que no lo llevan consigo, pero se distingue también a algunas, pocas, que no lo visten. Lo que no vimos fue a ningún turista, por lo que nosotros éramos allí la nota discordante... Aunque en ningún momento nadie nos hizo ninguna indicación de que no pudiéramos asistir a la ceremonia, sí recibimos más de un empujón de los sacristanes y monaguillos que iban franqueando los diversos recorridos de los sacerdotes por el templo durante la celebración de la ceremonia.   

Uno de los objetivos que tiene la visita al templo son las ofrendas y peticiones que se formulan en unos pequeños papeles rectangulares, impresos para el caso, que se hallan distribuidos por las mesas o bancos del lugar, o se adquieren al comprar velas. De tanto en tanto, unas mujeres limpian con paños los candelabros, para que todo se mantengan impolutos y desaparezcan los restos de la cera quemada. Son las mismas señoras que van limpiando los cristales que protegen los iconos, para que la gente pueda volver a besarlos.

Antes de que comience la ceremonia religiosa los sacristanes extienden por el suelo una alfombra que nadie, excepto los oficiantes, debe pisar. Después, el sacerdote recorre los márgenes de la iglesia repartiendo incienso y una vez completado el recorrido se encierra tras el iconostasio a rezar. En el momento que se inicia la ceremonia, un coro va replicando las oraciones que entona el sacerdote, como un contrapunto cantado al rezo salmódico.   

Se trata, en suma, de ceremonias mucho más atractivas (los cánticos, las luces que se atenúan o encienden en distinto grado), con mayor participación de los feligreses y, desde luego, seguidas con más devoción que las católicas. Visitamos la catedral un lunes, a las 6 de la tarde, la hora de la misa diaria, y la iglesia está llena. Uno de los sacerdotes que ofician, son nueve en total, se sitúa en el centro de la nave y salmodia las oraciones con voz de tenor. Sus compañeros se colocan al final de la nave y salmodian diversas oraciones, a las que replica el coro, y una vez regresan todos al altar, las alfombras se retiran y los fieles vuelven a situarse en torno a él. Por cierto, leo en un libro de Jean Mayer (Rusia y sus imperios. 1894-2005, Tusquets, Barcelona, 2007, p. 31) que la palabra pope, que los extranjeros suelen usar como sinónimo de sacerdote, es para los rusos un término despreciativo, casi ofensivo.

Es una pena no entender los rezos y cánticos, pero sí se palpa la auténtica devoción con que la gente participa, la cercanía y la vez la distancia entre los fieles y los oficiantes. A pesar del empeño que pusieron, durante las siete décadas que duró el régimen comunista, no lograron extirpar la religión. Ahora, Putin, sumamente astuto, ha encontrado en la iglesia ortodoxa un inmejorable y fiel aliado, pues ha restaurado los recintos religiosos y dignificado la vida de los sacerdotes, cuyas cúpulas brillan hoy con tanto esplendor como en la época de los zares. Y a ese propósito hay que decir que los soviéticos clausuraron la catedral en 1932, convirtiéndola en una fábrica de ropa interior, hasta que en 1990 fue reconstruida y vuelta a consagrar. Su construcción data de la década de 1760 y sus cinco cúpulas se le atribuyen a Domenico Trezzini. Las guías de viaje dicen que se ha convertido en una de las catedrales de más actividad en la ciudad, como prueban los numeros mendigos y babushkas (ancianas con el pañuelo en la cabeza) que piden limosna en la entrada, aunque el día que nosotros la visitamos nadie pedía en la puerta del templo.      
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.
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5 comentarios:

Isabel Mercadé dijo...

Ya sabes, Fernando, que soy una fan de tus crónicas. Ésta me ha gustado especialmente, porque yo solo he visto esas ceremonias en las películas y siempre había pensado lo que confirmas, cómo son de atractivas. Y sí, muy astuto Putin.

Fernando Valls dijo...

Gracias a ambos por vuestros comentarios. Pedro, tienes razón, estaba mal, pero ya lo he corregido.
Por cierto, he ampliado un poco más la entrada. Saludos.

Pedro Herrero dijo...

No he hallado "iconocastio" en mi diccionario, pero sí "iconostasio": Biombo con puertas que en las iglesias griegas está colocado delante del altar y se cierra para ocultar al sacerdote durante la consagración. La verdad es que no conocía ese palabro. Celebro conocerlo ahora gracias a ti.

Es verdad, las iglesias deben visitarse llenas de gente. Vacías no transmiten nada, más allá de su singularidad arquitectónica. En cambio, con la liturgia correspondiente se llenan de significado. Y ese significado, al margen de creencias, siempre resulta enriquecedor.

Fernando Valls dijo...

He vuelto a copiar el comentario de Pedro Herrero porque había desaparecido sin saber cómo.

Unknown dijo...

Gracias por compartir. Tienes una escritura muy visual: ha sido como estar allí.
Saludos,
Alissia
http://alissiatraves.blogspot.com.es/