Todos los grandes museos situados
en ciudades en las que no vivimos, a los que no resulta fácil volver, nos obligan
a elegir. Y el Hermitage es uno de los que más nos fuerza a ello, pues parece más fácil volver a
visitar París, Londres, Nueva York o Madrid, que San Petersburgo. En su caso,
casi tanto interés como los cuadros posee el edificio, las salas, las rotondas,
la escalera del Jordán, los objetos (cómo no quedarse fascinado ante el reloj
Pavo Real, de la segunda mitad del XVIII, de James Coxe), la biblioteca de
Nicolás II, y las vistas de los alrededores que pueden observarse desde las infinitas
ventanas del Palacio de Invierno. Pero también me interesa la historia del
museo, fundado en 1704 a partir de la colección de Pedro, el Grande. Su artífice
fue Alejandro I. No despierta menos mi curiosidad cómo se formaron sus
colecciones, y sobre todo llegaron hasta aquí los cuadros de pintores españoles.
Y a este respecto, llama la atención que los rusos consideren a Picasso un
pintor francés. Los fondos, de los que solo puede verse una mínima parte, fueron
adquiriéndose a lo largo del tiempo, aunque Nicolás I vendió más de mil cuadros
que no le gustaban, e incluso quiso deshacerse de una gran estatua en la que Voltaire
aparece sentado, obra de Houdon, a quien solía tachar el rústico zar de “viejo mono”. Con la Revolución
de 1917 el estado se incautó de las colecciones privadas de Shchukin y Morozov, muy bien dotadas sobre todo de pintura contemporánea francesa.
Pero, además, Stalin vendió varios miles de cuadros a coleccionistas privados, como J.P.
Morgan (el banquero) y Calouste Gulbenkian, con
cuyas piezas se abrió un excelente museo en Lisboa........
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"Venus y Cupido", de Lucas Cranach, el Viejo |
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Aunque no resulte fácil entre
tantas maravillas destacar algunos cuadros, mis preferidos entre los
maestros antiguos, son los de Fray Angélico, Leonardo, el maravilloso “Venus y
Cupido”, de Lucas Cranach, el Viejo (todas sus obras, en realidad, me gustan), un extraño cuadro de Jan
Mandijn (“Paisaje con escena de leyenda de San Cristóbal”, de principios del
XVI), “Feria con función teatral”, de Pieter Bruegel, el Joven, una “Flora” de
Melzi, los Ticianos, “El tañedor de laúd”, de Caravaggio, los Rembrandt, los
retratos de Van Dyck, todos los C.D. Friedrich (hasta un total de 8, comprados por el entonces Gran Príncipe Nicolás, luego zar, por medio del poeta Vasili Zhukovski), la cuarta versión de "La isla de los muertos", de Arnold Böcklin, tras las que ya había visto en Basilea, Berlín y Leipzig, un Degas
(“Mujer peinándose el cabello” o “El aseo”), la “Danza” y “Cafetería árabe”, de
Matisse, y “Mujer con fruta”, de Gaugin. Y por lo que se refiere a los españoles
me quedo, ¿dónde los pondré?, con los Velázquez, los cuadros del Greco (tan español como Picasso
francés), el “Retrato de Antonia de Zárate”, actriz, de Goya, y ya puestros elegir, con todos los
Picassos. Además, me llamó mucho la atención un extraño cuadro de Musikiyski, de
1717, en el que aparece la familia de Pedro I, y el retrato del general
Kotuzov, obra de Dawe, quién derrotó a Napoleón, y que tanto protagonismo tiene
en Guerra y paz. Y aquí me detengo, dejando mil objetos
fascinantes, para no convertir la entrada en un listín telefónico…
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“Retrato de Antonia de Zárate”, de Goya |