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LA BUSQUEDA
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Desde aquí alcanzo a verlos. Pobres niños. Uno de ellos no
para de llorar. La madre le grita y el pequeño retrae sus hombros, guarda la
cabeza como intentando esconder el olor pestilente del monstruo que entra en su
barriga. Los otros dos de allá sienten hambre y no hay nadie en la casa. Planeo
y remonto. Aquella niña tiene juguetes que no han aprendido a volar. No doy
más. Planeo y remonto, y nada. Apenas puedo sostener el cuello extendido y
estas largas patas rojas van perdiendo gracilidad. Tiembla mi pico por el peso
del hatillo. Soy asustadiza y estoy cansada. Pese a todo, hasta que no
encuentre un destello de amor y ternura,
no soltaré a este niñito.
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PELEAS
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Algunos lloran
o gritan. Yo prefiero acurrucarme debajo del cobertor y esperar. Aprieto mis
manos contra las orejas y cierro los ojos para desaparecer. Lentamente la
oscuridad raya la noche y sorbe el compás de la estridencia. Sólo mis dientes
rechinan hasta que sale el sol. Los oigo preparar el desayuno y aparezco otra
vez. “¡Buen día, hijo!”, me dicen con tono menguado, como si hubiéramos podido
dormir toda la noche.
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