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Quiero contarte cosas que me pasan.
Apenas en un punto
confluye el universo,
y al acecho se quedan
los días para siempre.
Sólo puntos de luz.
Los mundos intangibles
donde habitan las almas..
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"Carmen de la Victoria"
...........................21-3-08
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Junto al rumor del agua de las fuentes,
desde este jardín,
en donde abunda el mirto y los acantos,
las moradas glicinas, las naranjas amargas,
a la sombra aromada de las pérgolas,
bajo frondas de abetos y cipreses,
vimos la fortaleza dorada y medieval.
Fueron días ingrávidos, vacantes,
cuando para vivir bastaba la mirada.
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* En las fotos, Antonio López de Lamadrid aparece con el director de cine Fernando Trueba y con Beatriz de Moura.
* En las fotos aparece una mina de agua conocida como el Rec Comtal, situada en el parque de las Aguas de Montcada, suministraba agua a la Fuente de Canaletas durante el XIX y buena parte del XX; una vista romántica del Turó, montaña emblemática de Montcada, que Lafarge Cementos fue devorando a partir de 1917; y la Serralada de Marina, con vistas de la iglesia románica de Reixac y a un edificio de una rica familia de veraneantes del XIX, conocida como el Palacete de Montcada.
Mi pregunta hoy es: ¿deberían competir los clásicos, como es el ciclo de cuentos de Sherwood Anderson, en este tipo de premios? ¿Por qué no elegir también entonces El Quijote, cualquiera de la antologías de los cuentos de Chejov, La metamorfosis, La montaña mágica o Pedro Páramo? No sé si resulta sensato sentar este precedente, y comento todo ello sin entrar a discutir la calidad del libro, del que nos ocupamos hace poco en esta bitácora.
* En la foto, Javier Cercas, en uno de sus gestos más característicos, presentando su último libro que avui no toca...
"Hasta el fin del mundo (amour fou)"
Al llegar a la curva de La Estafeta, nos lanzamos ciegamente hacia adelante, pero algo me decía que me volviera. No sé qué era ni por qué lo hice. Desde entonces todos se impusieron volverme a la carrera. Embestí a unos y a otros, y sentí a mi alrededor el acre olor del pánico. Había logrado remontar casi hasta la salida, cuando algo me dijo que estaba cerca, muy cerca de mí. Giré la cara, Dios, y era, era ella. Me molestó que también esta vez llevase el maldito cencerro, pero qué podía hacer, qué podía hacer, más que volverme sobre mis pasos y seguirla, Dios, seguirla hasta el fin del mundo.
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"Otro de buitres"
De pronto, del cielo comenzaron a caer avestruces, gansos, garrapatas, jirafas, chuchos, hienas y otros cientos de animales de los que no había noticia. Al caer, unos se rompían las patas, otros se desnucaban por aquellas peñas o reventaban, flop, y todo lo dejaban perdido de vísceras y sangre. El tipo de las barbas mosaicas tuvo más suerte y cayó sobre unas retamas, pero la caída debió trastornarlo porque se jactaba de no sé qué diluvio y de una paloma que llevaba en el pico una rama de olivo. ¿Un diluvio? ¿Qué diluvio, ni qué diluvio, si Dios nos había privado de la lluvia durante los últimos siete años? Indiferente a mis objeciones, se sacudió la túnica y se alejó tan contento, silbando. Mañana le grité alzando el puño, no quedará ni un solo bicho vivo. No sabe cómo se la gastan por aquí los buitres. Pero, bah, no me escuchaba.
* El cuadro es de Guillermo Pérez Villalta.
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11. Intercambiar ejemplares esmeradamente dedicados con colegas a quienes jamás he tenido la intención de leer.
12. Preguntarle a un colega: «¿qué tal va tu libro?», cuando lo que deseo averiguar es si ha vendido más ejemplares que yo.
13. Referirme a las críticas negativas con abominables eufemismos como reseña rara.
14. Sostener que los críticos que no me elogian en realidad no han leído mis libros o lo han hecho demasiado rápido.
15. Deslizar en mi currículum insufribles petulancias del tipo: «al margen de las modas y tendencias imperantes», como si los demás escritores, excepto yo mismo, aspirasen a ser gregarios.
16. Hojear los suplementos literarios con la esperanza de encontrar consoladoras reprobaciones de libros ajenos, para disimular que llevo semanas, meses, años sin escribir algo decente.
17. Insinuar que mi obra ha sido exitosamente editada en múltiples países cuando, para ser exactos, unas cuantas revistas extranjeras me han publicado algún poema.
18. Calcular paranoicamente la edad de mis contemporáneos.
19. Alabar el diseño de un libro para no hacer escarnio de su escritura.
20. Perpetrar antologías y declarar que mi único criterio ha sido la calidad.
21. Denunciar el exceso general de publicaciones mientras promociono mi duodécima novela.
22. Hacer elogio místico de los autores que publican muy poco, si yo soy precisamente uno de ellos.
23. Abusar de las drogas mientras corrijo o mientras reviso pruebas de imprenta.
24. Escribir diarios sobre la vida social de los escritores.
25. Publicar diarios sobre la vida social de los escritores.
26. Reseñar diarios sobre la vida social de los escritores.
27. Señalar enigmáticamente en mis bibliografías: «ha sido traducido a más de seis idiomas», insinuando que dichos idiomas podrían ser veinticinco o quizá seis y medio.
28. Comenzar mis conferencias agradeciendo a más de cinco personas durante más de cinco minutos.
29. Concluir mis conferencias pronunciando «muchas gracias» antes de que el público aplauda, como dando por hecho que seré ovacionado.
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30. Describir emotivamente la amistad que mantuve con escritores difuntos a quienes desprecié en vida.
31. Descalificar a los autores consagrados manifestando sistemáticamente que sus primeros libros me parecían mejores.
32. Pretender que los jóvenes escriban como yo.
33. Evitar que los jóvenes escriban como yo.
34. Echarle la culpa a mi agente de todas mis ambiciones.
35. Escribir libros malos y críticas implacables.
36. Hablar de los editores como si fueran nuestros enemigos.
37. Hablar de los editores como si fueran nuestros amigos.
38. Pensar en los lectores antes que en los personajes.
39. Intentar incluir mis enfermedades o intentos de suicidio entre mis principios estéticos.
40. Recurrir a heterónimos, alter egos o apócrifos cuando desee ser sincero.
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E. F. M.
* Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) es poeta, ensayista y narrador. Hijo de músicos argentinos emigrados, desde su juventud reside en Granada, donde fue profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad. Con su última novela, El viajero del siglo, ha obtenido el Premio Alfaguara. Este texto, me comenta el autor, es inédito en España, ya que sólo ha aparecido en una revista argentina y nunca había sido colgado en internet.
* El cuadro de Giorgio de Chirico se titula "Nostalgia del infinito".
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* Juan Antonio González Romano (Montellano Sevilla, 1966) es profesor de Lengua y Literatura Españolas en la enseñanza secundaria, en un instituto de Coria del Río (Sevilla). Desde hace algunos años coordina el equipo que elabora libros de texto de Lengua y Literatura Españolas de las editoriales Algaida y Anaya. Asimismo, es el coautor del Libro de estilo de la Cámara de Cuentas de Andalucía (Aranzadi, 2009). Hasta la fecha, ha publicado diversos microrrelatos en la revista Atril (Salamanca) y en el libro de Francisca Noguerol, ed., Escritos disconformes. Nuevos modelos de lectura (Universidad de Salamanca, 2004). Como poeta, ha publicado sus versos en las revistas El mirador de los vientos (Sevilla) y Clarín (Oviedo), y el libro Señales de vida (Fundación Ecoem, Colección “Siltolá poesía”). Es autor del blog Ah de la vida, del que se publicará próximamente una antología. Estos poemas son inéditos.
* El cuadro es de Guillermo Pérez Villalta.
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Ya salidos del trance musical, van a despabilarse al agua salada, hacen gárgaras, segregan círculos, estiran sus trompitas rosas y algunos se besan. Más tarde, bajo la ducha tengo que lidiar con él, que porfiado se aferra a pequeños moluscos, algas o arenitas que cree sus amigos.
La gente sale a correr con su perro por el parque y yo feliz saco a Ombligo. Ahora comprendo que fui el cebo: por primera vez hoy no me ha dejado ni un segundo parar de correr. Me llevaba como una marioneta. Pensé que me daría un ataque al corazón por el esfuerzo pero prefería cualquier cosa con tal de no perder de vista a Ombligo. El muy indolente me hizo cruzar la calle con semáforo en rojo y apenas llegar al parque frenó en seco. Por suerte caí en blandito. Como un resorte saltó Ombligo. Su espiral engarzó con un ombligo ajeno justo debajo mío. No hubo ya argumentos plausibles. Ruborizados, la muchacha que yacía en el césped y yo, no pudimos con nuestros ombligos febriles que se revolcaban, cascabeleando en acercanza plena. Se balbuceaban amor eterno, olvidados de sí mismos y de nosotros ni hablar. Qué le vamos a hacer, pensé. Ya me acostumbraré a esta muchacha, que por cierto no está nada fea.
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* En las fotos, Isabel Mellado, violinista y escritora chilena, aunque vive a caballo entre Granada y Berlín, cuando era más tiernecita, pero un poco menos talentosa... Tiene acabado un libro de microrrelatos que aparecerá publicado en breve.