Hace muchos años me encontraba en un restaurante de Barcelona, creo recordar que estaba situado en la
calle París, pues ya no existe, y nada más sentarme, el local estaba casi
vacío, me di cuenta de que en el extremo opuesto, Carmen Balcells y García Márquez
ocupaban una mesa. Un poco después, Carmen me saludó con una leve sonrisa, poco
antes me había invitado a su casa a una cena en honor de Luis Goytisolo, y al
cabo de un rato, un camarero me entregó un papel doblado de su parte, en el que
me preguntaba si yo era Fernando Valls. Volví a mirarla y, claro, le hice un
gesto de asentimiento. Ellos dos cuchichearon un rato, me miraron y volvieron a
centrarse en su comida. Mi acompañante y yo terminamos de comer, pagamos la
cuenta y antes de salir nos despedimos con un saludo discreto. Y no hubo nada más, aunque yo me quedé con las ganas de tomarme al menos un café y hacer un
poco de sobremesa con el autor de Cien
años de soledad, a quien había admirado tanto desde muy jovencito. Creo que
no he vuelto a verlo en persona, ni tuve nunca ocasión de conocerlo, aunque sí haya
leído todos sus libros, e incluso como un vulgar groupie o fan he curioseado alrededor de su casa en Cartagena de
Indias.
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De todas formas, ninguno de su libros me ha impactado tanto como
aquellos que leí antes de Cien años de
soledad (1967), me refiero a La
hojarasca (1955), El coronel no tiene
quien le escriba (1961), Los
funerales de la mamá grande (1962) o La
mala hora (1962), que yo entonces compraba en las dos librerías de Almería con libros literarios: la papelería España y la librería Cajal. Hacia
finales de los sesenta, mi madre hizo un viaje a Madrid, yo era todavía
estudiante de bachillerato, y le pedí que me trajera como regalo Cien años de soledad, en la ed. de
Sudamericana, la única existente en aquel tiempo, con una curiosa cubierta de Vicente
Rojo que me llamó mucho la atención. Como también me picó la curiosidad la
dedicatoria, dirigida a un tal Jomí, del que mucho después me enteré que era
un escritor español exiliado en México, e íntimo amigo del autor.
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Pero García Márquez fue, antes que nada, un excelente
periodista, cuyos artículos y crónicas se siguen leyendo con la frescura de lo
recién hecho, no hay nada más que volver a su Relato de un náufrago, que data de 1955, para darse cuenta de que a
veces, no siempre como ahora se dice, el periodismo puede formar parte de la
mejor literatura. Quizá lo que más llamaba la atención era la habilidad con
que abordaba la realidad y su desaforada imaginación, la claridad y concisión de su escritura, los sentimientos y la acerada crítica social, el manejo de la tradición oral y la
literatura culta, ya remitiera a Esquilo, ya a Faulkner, Kafka o Virginia Woolf.
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Después vendría en Nobel en 1982, o libros tan importantes
como El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) o
El amor en los tiempos del cólera
(1985), por recordar los que prefiero, pero toda esta historia ya es archisabida.
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Los que nacimos a mediados de los cincuenta y nos fascinaba la
literatura, las obras de García Márquez, junto a las de Borges, Alejo
Carpentier, Juan Rulfo, Cortázar y Vargas Llosa, sobre todo, supusieron en
aquellos primeros años de lectores, durante los últimos del bachillerato, un
descubrimiento deslumbrante, y puedo confesar, de hecho, que gracias a libros como Ficciones, El siglo de las luces, Pedro
Páramo, Rayuela, Cien años de soledad o La casa verde me dediqué finalmente a la
literatura.
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* Ambas caricaturas son gentileza de LPO.
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Veo que llegamos a los mismos autores casi a la misma edad, Fernando, -en mi caso de la mano de una prima hermana, que se convertiría en profesora de Literatura y que hoy es Directora General de Secundaria en Uruguay- y eso me arranca una sonrisa cómplice.
ResponderEliminarMe causaron tanta admiración -sobre todo Borges, García Marquez y aquel Vargas Llosa de «Conversación...»- que sentí que para qué escribir si ya estaban ellos.
Hoy me apena sobremanera la marcha de Don Gabriel, aunque lleváramos tiempo esperándola. Nos quedamos con sus letras y esa es la riqueza que hemos heredado.
Un abrazo,
Esa edición la tengo cerca, era de mi hermana y en la contraportada tiene una foto de él recortada de algún periódico.
ResponderEliminarRecuerdo ese hielo y esos huevos de avestruz como algo insólito, revelador, sorprendente. Una mirada distinta para hipnotizarnos mientras leíamos.
Un abrazo
Yo pertenezco a esa generación fascinada por el mundo de García Márquez. Abrir uno de sus libros era entrar en otra dimensión, la suya, de la que te hacía partícipe y cómplice desde la primera línea hasta el final.
ResponderEliminarGracias, Fernando, por traerlo aquí de esta forma tan cálida y personal.
Abrazos a pares.
El primer libro suyo que leí, antes de "Cien años..., fue "Isabel viendo llover en Macondo" que alguien me regaló.
ResponderEliminarUn grande, grande, grande al que, al parecer, algunos "modernos" no aprecian. Claro que también me he encontrado con modernos de esos que no aprecian a García Lorca. En fin, ellos se lo pierden.
Me ha gustado mucho tu crónica de un encuentro no realizado, Fernando (aunque siempre te lo digo que tus crónicas me parecen estupendas). Gracias!
Se nos marchò el maestro y nos dejò su obra.
ResponderEliminarun abrazo
fus
Querido Fernando:
ResponderEliminarQué bella tu necrológica, qué bella sencillamente. Yo crecí con las historias del amado Gabo, y aunque siempre me ha entristecido haber descubierto muy tarde lo mucho que valía como escritor y periodista, lo que cuentas me alegra mucho. Me alegra que gracias a él te hayas dedicado a ésto.
Murió, pero sus libros, y su huella, viven.
Besos, Fernando, y muchas gracias por esta bellísima entrada
Inés Mendoza
Hola Fernando: como bien sabes, el tal Jomí de la dedicatoria de "Cien años de soledad" es Jomí García Ascot, el director de la única película del exilio español en México, cuyo guion escribió basándose en el libro de su compañera de entonces María Luisa Elío, a quien también dedica Gabriel García Márquez ese monumento literario.
ResponderEliminarJomí ganó el Villaurrutia, como recientemente José de la Colina.
Saludos.