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AL
BORDE
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I
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Habían
discutido por la noche. Aun así, no renunciaron a la excursión del día
siguiente. Hicieron el camino en silencio, cada uno en su enfado, escuchando la
música grabada en el pen-drive. Unas gotas finas, como ráfagas, dieron paso al
sol descomponiendo el agua en colores: nubes rosadas, azules y verdes, con
forma de corazón, que subían del parabrisas para disolverse en el cielo.
......
Llegaron
a la ciudad a la hora de la comida. Volvía a llover. Aparcaron a las afueras y
subieron hasta el centro. Entraron en un restaurante donde unos jóvenes
italianos consumían patatas fritas y hamburguesas. Después de comer, pasearon
por las calles, el uno al lado del otro, sin hablarse, hasta llegar al río. Se sentaron en un banco.
En la orilla opuesta, una grúa transportaba de un lado a otro de un palacete,
materiales de construcción. Entonces ella reparó en aquella vara apoyada en el
muro del edificio, en un saliente pequeño hacia el río. Para acceder hasta
allí, era necesario bajar pegado a la pared por un estrecho camino cortado por
el agua. Para llegar a donde estaba aquel palo, tenían que haber saltado o
haberse metido en el río. Quien o quienes fueran, debieron dejarlo a propósito.
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- ¿Es una caña de pescar?- preguntó ella, rompiendo
el silencio.
- Es sólo una vara larga- contestó él.
- ¿Y qué hace una vara ahí?
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Especularon un rato sobre la presencia del palo en el lugar y después se
levantaron y siguieron bordeando el río agarrados de la mano.
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II
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- ¡No olvides la basura!
La orden le llegó cuando alcanzaba la puerta. Hizo un amago de
continuar, pero se volvió como siempre. Recogió la bolsa de la puerta de la
cocina y salió. A veces le daban ganas de irse y no regresar. Tal vez un día lo
hiciera.
.......
Anochecía. El perro iba
delante, arrimado a la orilla del río, unos metros más abajo de donde se
hallaba el palacete. De repente se detuvo y ladró al agua. Volvió al lado del
dueño, después a la ribera, inquieto, moviendo el rabo. El hombre avanzó más
deprisa. De lejos, le parecieron unas hebras de lana negra, como una madeja
deshilachada. Llegó fatigado por el esfuerzo. Se acercó resoplando y la voz se
le quebró en un lamento. La chica tenía la falda enganchada en una rama; el
cabello largo y oscuro se movía con el balanceo del agua. Las piernas del
hombre hicieron un amago de doblarse. Se sentó en la hierba para evitar la
caída. El perro le lamía las manos manchadas por la edad, le tiraba de la ropa,
pero él no podía moverse, no hasta que alguien le dijera que aquello era sólo
una de sus pesadillas, nada real, una fantasía como cuando imaginaba a su mujer
flotando en el río. Muerta.
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.......
III
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A
la joven forense, aún le duele su trabajo. Siempre vuelve a casa derrotada.
Roza con la punta de los dedos la frente de la chica antes de ponerse los
auriculares y los guantes. Mientras escucha “Alhambra”, de Sarah Brightman, va
sacando con las pinzas, de la boca de la muchacha, los pétalos, los tallos y
las hojas. Flores silvestres que la asfixiaron. La forense clava una esquina de
diente en su labio inferior. Pasa la lengua y recoge una gota de sangre.
Intenta no llorar. Debe ser fuerte o dejarlo. Ese ha sido el ultimátum de él.
No quiere más lágrimas, no quiere que le cuente nada de lo que hace. Examina el
cuerpo desnudo. Tiene en el pecho un círculo amoratado, algo con punta la
golpeó. A mediodía, el cadáver parece el cascarón de un barco. No tiene hambre.
Deja el sándwich envuelto en plástico sobre la mesa metálica y redacta el
informe. Después cubre el cuerpo con la sábana, cierra la luz, sale. Vuelve, coge
el sándwich y lo tira a la papelera. Entra en los servicios y se lava la cara.
Ensaya una sonrisa frente al espejo. No lo aguantará sola, lo sabe. Tal vez sea
el momento de abandonarlo.
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IV
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He esperado a media noche para salir de casa con los zapatos quitados,
de puntillas, porque la vieja hace tiempo que duerme en un sofá cerca de la
chimenea, y tiene el sueño muy ligero. “¿Qué haces?”, me preguntó, mirándome
con los ojos de loca, aquella noche cuando me sorprendió arrimando un pico de
su manta al fuego. El viejo, en cambio, en cuanto entra en la cama, no para de
roncar. Por eso ella se va, para no oírlo. Pero no se mete en otro cuarto,
tiene que ser en el salón. Me ha hecho esperar mucho. Casi me duermo. Al pasar
por su lado, se ha removido, y me han dado ganas de aquietarla; estaría mejor
así para que no anduviera todo el tiempo detrás de mí dándome la lata,
husmeando en mi vida. Eso cuando no se enzarza con el viejo en una de sus
peleas. Y ella siempre gana, siempre el último insulto, la última palabra. Si
me atreviera...
.......
Me gusta la noche, es mi
aliada. Ni un alma en la calle, sólo un perro se cruza en mi camino hasta el
río. Llego al palacete, bajo, ahora ligero; no fue fácil hacerlo arrastrando a
la chica. Peso muerto. Salto y alcanzo la isla. Mi isla. Recupero mi vara, mi
bastón de mando. Con él la ayudé a viajar río abajo; tan bonita, flotando en
las aguas negras; tan hermosa en reposo, muda, ciega, sorda. Perfecta, efímera.
Subo y bordeo el edificio. De vuelta a casa, recojo flores. Una nueva ofrenda.
Para la pelirroja.
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* Los cuadros son de José Manuel Pérez Tapias. Este relato es inédito...Este ....
Gracias, Fernando. Un acompañamiento de lujo para el relato.
ResponderEliminarTriple de abrazos.
Admirable el manejo de tiempos, perspectivas, tramas, intrigas. Me parece muy interesante que al final - y de forma deliberada - las piezas no terminen de encajar del todo, y que la elipsis se cuele por esas fisuras, por esas grietas. Incluso hasta podría leerse de un modo distinto al dispuesto, y la historia, aún siendo la misma, adquiriría otras dimensiones. Espléndido.
ResponderEliminarUn placer leer a Lola, siempre. Gracias Fernando.
Enhorabuena, Lola, por navegar en esta nave. No conocía este relato en forma de flor, con pétalos que convergen en un mismo "borde". Son historias independientes pero que agrupadas dan mayor consistencia. Felicidades por escribir así.
ResponderEliminarLa Lola Sanabria como la llaman en Wonderland, imprescindible, genial escritora.
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye oyasin
Estoy de acuerdo con Agustín en sus apreciaciones y además diré que Lola borda estos relatos inquietantes, con atmósferas muy bien conseguidas e historias cruzadas.
ResponderEliminarAbrazos
Qué mejor manera de volver de vacaciones que encontrarme con varios textos de Lola en La Nave. Geniales, como siempre. Un abrazo.
ResponderEliminarNo puedo hacer otra cosa que felicitarte Lola, y que sepas que es de corazón. me gustan tus micors, tus largos...Siempre es un placer leer tus obras.
ResponderEliminarUn abrazo
Riquísima historia/historias, donde lo que se dice,con la belleza de lo preciso y justo, es tan importante como lo que no se dice. Esa grieta/grietas, deliberada.
ResponderEliminarFelicidades, Lola
Y un fortísimo abrazo
Me encanta leer a Lola Sanabria en este espacio y comprobar que aquí igual que en su bitácora.
ResponderEliminarEste relato entregado en cuatro partes es un ejemplo de su literatura, donde mezcla con maestría, la cotidianidad de la ciudad y la naturaleza del campo.
También, como en otras ocasiones que he tenido oportunidad de leerla, nos deja a la interpretación del lector qué ocurrió y que sucederá después.
¡Enhorabuena, Fernando y Lola!
Vidas entrecruzadas. Amores y desamores revueltos. Perdones y odios mal encarados. Víctimas elegidas y señores desequilibrados, mal amados.
ResponderEliminarLola, tu puñado de personajes llenan un mundo de sentimientos y emociones: psicológía a flor de piel.
Enhorabuena.
Un besooo
Gracias, chicas y chicos por vuestros comentarios. Deciros que me alegra que os inquiete y revuelva el relato ¡no iba a ser a mí sola!
ResponderEliminarEste texto partió de algo real. Un día de visita a Segovia, sentados en un banco frente al río, mi pareja y yo, vi esa vara. Comenté lo extraño del lugar donde estaba y, a partir de ahí, surgió la historia.
Todo lo demás, enfados, personajes etc, son pura ficción pero esa vara...
Abrazos y besos a repartir.
Poco puedo añadir a lo que habéis dicho, salvo insistir en el doble gozo de contemplar una historia fragmentada que adquiere un sentido unitario en su conjunto, pero que consigue en cada fragmento una personalidad muy matizada. No sé si el orden dispuesto es casual, pero yo lo encuentro sugestivo. Mantiene un pulso narrativo que no permite prescindir de una sola palabra y evidencia largas horas de fecundo trabajo. Da verdadero gusto leer estos relatos.
ResponderEliminarSanabria es muy precisa, no le sobra nada, y sin embargo va sobrada (un beso campeona).
ResponderEliminarBeatriz
Bien merecido este lugar para Lola Sanabria. Creo que es única contando estas historias, tan inquietantes, vidas que se cruzan sin saber dónde se van a encontrar.
ResponderEliminarMis felicitaciones a Lola y gracias a Fernando por traerla a su blog.
Tremendo. Tremenda Lola, como siempre. Cuando uno te lee, lee literatura. Es así, y creo que se me entiende.
ResponderEliminarUn abrazo.
Confesaré que es la primera vez que me encuentro a Lola a bordo de la Nave -aunque no me extrañaría que no fuese su primera vez- y me alegra por cuánto se complementan.
ResponderEliminarTampoco conocía este relato parcelado y me ha parecido fantástico.
Un abrazo,
Me gustaron los relatos de Lola. Los cuatro te dejan al borde.
ResponderEliminarGracias Lola, y Fernando.
Me gustan los relatos de Lola porque exploran con una intuición fuera de serie los principales ingredientes narrativos. El tiempo, el enfoque. Y porque confía en el lector. Su seguridad transmite una certeza: sabe bien adónde va.
ResponderEliminarUn placer leerla aquí y conocer este relato extraordinario.
Abrazos a ambos.
Pedro, haces un análisis para quitarse el sombrero.
ResponderEliminarTú sí que vas sobrada de elogios, Bea.
Elena, las vidas al borde de, me intrigan y me llaman a entrar de la única manera que sé: con la escritura.
Tremendo tú, Miguel Ángel, y exagerado.
No lo conocías, Pedro S, porque es inédito.
Abrazos y besos a repartir.
Me alegro de que le hayas encontrado el gusto, Arte Pun.
ResponderEliminarEs cierto, Susana, confío siempre en el lector. Siempre espero que ponga él algo de su parte.
Y Doble de abrazos.
Fantástico, Lola, un microrrelato soberbio. Aunque usas herramientas muy diferentes, en esta pieza me traes un desasosiego muy similar al que a veces me despierta el mejor David Lynch. Cuatro caras de una sensación de ahogo.
ResponderEliminarGracias, Fernando; enhorabuena, Lola!
Me sonroja el calificativo de soberbio de alguien que maneja con tanta maestría la pluma. Gracias, Jesus.
ResponderEliminarBesos a pleno pulmón.
Absolutamente aldecoaniano.
ResponderEliminarMe ha gustado. Tiene tersura y sobriedad. Es escueto y a la vez sugerente.
Alena el dieciocho de julio, para tapar ignominias del pasado, deja aquí su análisis sobrio y atinado.
ResponderEliminarNo sabes cuánto me gusta que te haya gustado.
Abrazos flojitos por la calor.