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Antiguo cementerio de San Mateo
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Antiguo cementerio de San Mateo
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Una parte importante de la historia de las ciudades puede rastrearse en sus cementerios, pero no sólo por los hijos ilustres y los seres anónimos queridos que permanecen en ellos, sino también porque la forma de conservar y respetar a nuestros antepasados, cómo los visitamos, puede decir mucho de la idea que tenemos de nuestro paso por el mundo. Apunta Ignacio Sotelo, ilustre berlinés de adopción, que nadie puede afirmar que conoce la capital alemana si no ha frecuentado sus aproximadamente setenta camposantos. Desde luego, no pretendemos ocuparnos aquí de todos ellos, pero sí de algunos de los más curiosos y significativos.
Una parte importante de la historia de las ciudades puede rastrearse en sus cementerios, pero no sólo por los hijos ilustres y los seres anónimos queridos que permanecen en ellos, sino también porque la forma de conservar y respetar a nuestros antepasados, cómo los visitamos, puede decir mucho de la idea que tenemos de nuestro paso por el mundo. Apunta Ignacio Sotelo, ilustre berlinés de adopción, que nadie puede afirmar que conoce la capital alemana si no ha frecuentado sus aproximadamente setenta camposantos. Desde luego, no pretendemos ocuparnos aquí de todos ellos, pero sí de algunos de los más curiosos y significativos.
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El llamado Antiguo cementerio de San Mateo (Alter St.-Matthäus-Kirchhof Berlin) fue construido para enterrar a los difuntos de la denominada "comunidad secreta" que se forjó alrededor de la iglesia de San Mateo, obra del arquitecto F.A. Stüler, situada al sur del Tiergarten. Hoy la iglesia aparece escoltada nada menos que por la Filarmónica, el Kulturforum, la Neue National Galerie, obra de Mies van der Rohe, el Instituto Iberoamericano y la Biblioteca Nacional. Esta comunidad evangélica fue fundada en 1846 y en su zona residencial vivían entonces, ocupando sus elegantes villas, científicos de renombre, importantes empresarios y altos funcionarios del estado. Pocos años después, en 1854, adquieron unos terrenos en el vecino barrio de Schöneberg para construir un cementerio. A comienzo de siglo, entre 1906 y 1909 se levantó, junto a la entrada, a la izquierda, una capilla ardiente de estilo renacentista y barroco italiano, no en vano casi todos los que acababan enterrados aquí formaban parte de familias acomodadas.
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Tumbas de la familia Grimm.Las de la dcha. pertenecen a los escritores
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Entre 1938 y 1939, al crearse el eje norte-sur de la ciudad, se destruyó parte importante del cementerio, que fue trasladado a otro lugar. El caso es que estaba prevista su desaparición para 1941, pero las imperiosas necesidades de la guerra favorecieron su pervivencia. En los pasados años setenta empezó a tenerse conciencia del valor histórico del camposanto, de la importancia de su arquitectura funeraria, así como de los significativos personajes que reposaban en sus tumbas, por lo que empezaron las labores de reconstrucción y protección del lugar. En el folleto que facilitan en la entrada se dice que cuenta con unas sesenta tumbas de gran valor pertenecientes a personalidades significativas de la historia de la ciudad, entre las que destacan las de los hermanos Grimm (Jacob, 1785-1863, y Wilhelm, 1786-1859), quienes recogerían cuentos populares tan leídos como "Caperucita roja", "La Cenicienta", "Pulgarcito" y "Hänsel y Gretel"; la sufragista Minna Cauer (1841-1922); y el médico, antropólogo y político Rudolf Virchow (1821-1902), uno de los creadores de la anatomía patológica, aunque lo que más pueda llamarnos hoy la atención sea, probablemente, que en 1879 acompañó a Troya a Heinrich Schliemann, su descubridor. Este lugar de reposo, para gentes pudientes, es una prueba evidente de que se muere como se vive, pues hay tanta distancia entre una y otra tumba que, como en el cuadro de Manet, podríamos almorzar sobre la hierba.
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El único inconveniente es que no resulta fácil dar con él, si no se toma la salida adecuada al dejar la parada del tren de Yorckstr. La entrada está como disimulada en una esquina, de tal forma que cuesta trabajo dar con ella, a pesar de que hoy se encuentra en plena ciudad, rodeado de edificios modernos, mientras que por uno de los lados, de pronto, se oye el paso estridente del ferrocarril. Pero una vez dentro, si hace buen día, resulta un lugar muy grato para pasear o sentarse a leer en uno de los bancos que nos encontramos entre los diversos caminos, pues nunca faltan las flores frescas, las regaderas verdes a mano, ni la sensación de estar muy cuidado, en perfecto estado de revista. Además, el cementerio está ordenado en cuadrículas, como si lo hubieran trazado con tiralíneas, de ahí que resulte muy sencillo transitar por él. Y, desde luego, es obligado dejar unas flores en la tumba de los hermanos Grimm.
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.
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Las fotos son fenomenales, la descripción muy evocativa. Si los cementerios dicen mucho de los supervivientes, ¿qué pensarán de nosotros las generaciones venideras? Conozco a una familia que ha comprado un solo nicho para poder ir metiendo todos los tarritos con cenizas posibles - titulares, hermanos, primos...; un prodigio del ahorro. El nicho parecerá el metro, pero pasarán a la posteridad como han vivido, y además perpetuarán su espíritu digamos ahorrador: a quien vaya a dejar flores le saldrá muy a cuenta, con un solo ramito cumplirá con toda la prole.
ResponderEliminarMenos mal que aún nos quedan los Grimm...
Susana Camps
Muy interesante entrada. Creo que el gran Virchow vivió algunos años más y no deja de ser curioso que un científico tan importante sea hoy principalmente recordado por aquel viaje. En fin.
ResponderEliminarCésar, tienes razón, Rudolf Virchow falleció en 1902. Parece ser que consiguió también que Schliemann dejara sus colecciones a la ciudad de Berlín.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Siempre que puedo intento visitar los cementerios de las ciudades a las que viajo. A parte de ser lugares tranquilos donde reposar, como las iglesias o templos que no aparecen en las guías y rutas turísticas, siempre salgo de ellos con la impresión de haber visto un pedazo del pasado de una ciudad o país, mezclada con la sensación extraña que produce el silencio de estos lugares.
ResponderEliminarPara visitar el cementerio judío de Praga que acoge la tumba de Kafka y sus padres es necesario llevar un gorro (kipá) como muestra de respeto; la tumba del escritor se confunde con las de su alrededor, y no es fácil de localizar.
El cementerio de Isfahan, en Irán, es un lugar estremecedor. Se muestran los retratos de los muertos en la guerra contra Irak, como para dejar claro que fueron seres que existieron de verdad, y uno debe pedir permiso al vigilante, y caerle en gracia, para poder hacer alguna fotografía.
Perdón por los enlaces (no sé si se pueden publicar) y espero en todo caso que funcionen.
Saludos.
Es cierto Alf, el cementerio judío de Praga es sobrecogedor, y éste de Berlín que describes, Fernando, me lo apunto. Más de una vez he hablado con Ane de visitar Berlín y habría lamentado perdérmelo. Y las fotos de Gemma estupendas.
ResponderEliminarUn abrazo
Yo también suelo visitar los cementerios de las ciudades que visito, o de los pueblos, normalmente hablan de cómo la gente cuida a sus muertos y cómo protege el entorno. Me gusta pasear entre esas tumbas con nombres que no sé quién fueron pero tuvieron un tiempo en esta vida que aún poseemos nosotros. Hay algunos cementerios sobrecogedores como el de Cracovia, otros casi desconocidos como el cementerio de los ingleses en San Sebastián. En todos ellos existe la calma, la serenidad y una parte de futuro.
ResponderEliminarUn saludo
Fernando, es impresionante, sobre todo porque en las guerras eternas y actuales los cadáveres se ven perdidos, sucios. Como trapos. Ahora, en estos casos, no se respeta la muerte. Y las muertes, incluso algunos asesinatos, son celectivas, de montones de personas. Parece que el mensaje es borrar de ella todo lo de individual y sagrado que le es propio.
ResponderEliminarCuando veo cuerpos tirados en las calles, en los campos, pienso en el trabajo de sus madres desde que los concibieron. ¿Para qué? ¿Para mantener activo el negocio de las armas?
¿Por qué no, entre Gemma (magnífica fotografa) y tú, un libro sobre el tema?
Las imágenes transmiten serenidad y ganas de pasear entre las tumbas.
ResponderEliminarA lo mejor suena gótico pero a mí me relaja pasear por un cementerio.
Recuerdo esos pueblitos ingleses en los que el cementario está en el centro del lugar,a la vista y no me inspiraban terror sino paz.
Un saludo
Gracias por acercarnos esas imágenes
Rosana A.
Julia, te agradezco la confianza, pero no me parece que sea un tema en el que pueda decir mucho de interés. Hay personas mejor preparadas que yo para esa interesante empresa que propones.
ResponderEliminarAnónimo, el tema al que nos hemos asomado se pierde en las generaciones venideras. Ojalá me quivoque.
ResponderEliminarBienvenidos a Berlín, queridos Fernando y Gemma...Gracias por esta visita y las excelentes fotos! Si bien es verdad que este cementerio fue para la gente más que acomodada, tanto que se puede comer sobre la hierba, como dices, te cuento que allí también descansa May Ayim, (Hamburgo 1960, Berlin 1996) poeta alemana negra y cuya vida no fue para nada sencilla. Su padre era de Ghana, su madre alemana, creció donde una familia adoptiva, vivió y murió en Alemania. Escribió poesía y ensayos con voz y lucidez poco comunes hasta que se quitó la vida en 1996. Hoy una callecita en Kreuzberg frente al río lleva su nombre: May Ayim Ufer. Vale la pena ver su tumba, leer sus poemas y caminar por la orilla del río, evocándola. La encuentras en la web:
ResponderEliminarhttp://www.efeu-ev.de/ayim.html
Abrazos!
Muchas gracias, Esther, la próxima vez que volvamos al cementerio, que será pronto, buscaremos la tumba de May Ayim y le dejaremos unas flores.
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