sábado, 23 de enero de 2010

El cuento en la revista Mercurio, 1

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La revista Mercurio, que se regala en las librerías, le ha dedicado el informe de su número de diciembre al auge del relato. Entre los trabajos que se recogen destacan los artículos de José María Merino, Andrés Neuman, Fernando Iwasaki y Clara Usón, así como una entrevista con el escritor catalán Quim Monzó. Varias de las habituales reseñas se ocupan también de libros de cuentos recientes de Amy Hempel, Tobias Wolff, Eudora Welty, Eduardo Mendoza, Daniel Kehlmann y E.A. Poe. Reproduzco, a continuación, la primera parte de mi artículo. Se trata de un sucinto panorama sobre el cuento español desde los años cincuenta.
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De Ignacio Aldecoa a Andrés Neuman
LOS ZIGZAG DE LA HISTORIA DEL CUENTO ESPAÑOL

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Es probable que el cuento español que hoy tenemos en la memoria arranque con Ignacio Aldecoa y llegue hasta el joven Andrés Neuman. Son cuatro o cinco las hornadas de narradores que se han venido desarrollando entre los extremos del realismo y lo fantástico, en torno a Poe y Cortázar, Chéjov y Carver, sin olvidar a los autores norteamericanos de la generación perdida, o a escritores tan significativos como Isak Dinnesen, Joyce, Dorothy Parker, Cheever, Borges, Rulfo y Mercè Rodoreda, por citar sólo unas pocas referencias imprescindibles; mientras que si nos atenemos al presente más rabioso, las referencias indiscutibles pasan por Alice Munro, Quim Monzó o Lorrie Moore.
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El caso es que en España el auge del cuento empezó con el grupo del 50, encabezado por el citado Aldecoa (El corazón y otros frutos amargos, 1959, me sigue pareciendo su mejor libro) así como también por Rafael Sánchez Ferlosio (“Dientes, pólvora, febrero”, no debe faltar en ninguna antología del género), Jesús Fernández Santos (Cabeza rapada, 1958), Medardo Fraile (A la luz cambian las cosas, 1959), Carmen Martín Gaite (Las ataduras, 1960), Ana María Matute (Historias de la Artámila, 1961) y Daniel Sueiro (Los conspiradores, 1963). Predominaba entonces el realismo, descarnado o lírico, irónico o kafkiano, y los maestros más frecuentados solían ser Hemingway, Faulkner, Carson McCullers, Truman Capote y el italiano Cesare Pavese.
En medio de la constante defensa del género, la participación en concursos y la búsqueda -no siempre sencilla- de una editorial que apoyara sus obras narrativas breves (recuérdese dónde aparecieron los relatos de Aldecoa ), surgió una recopilación significativa e influyente, acogida por una casa editorial académica, Gredos, la de Francisco García Pavón, Antología de cuentistas españoles contemporáneos (1959), que obtuvo un par de ediciones más, en 1966 y 1976, aun cuando su excesiva benevolencia en la elección de los autores impidiera una cierta jerarquización de nombres y obras. El mismo García Pavón, director de la editorial Taurus, le encargó por aquel entonces a Aldecoa una colección de Narraciones (1961-1968), tal fue su título, en la que aparecieron algunos de los volúmenes que pronto recordaremos, u otros no menos singulares de Carlos Clarimón, Juan Antonio Gaya Nuño y Carlos Edmundo de Ory. Respecto a los premios, entre mediados de los sesenta y de los setenta, surge el Leopoldo Alas (1955-1969), cuya primera convocatoria ganó en juvenil Vargas Llosa, el Sésamo (1955-1967) y un par que todavía hoy siguen fallándose: el Gabriel Miró (1960) y la Hucha de Oro (1966). Pero visto con la perspectiva que nos proporciona el tiempo, los premios apenas han descubierto a nuevos autores, y sólo parecen haber servido para que surja esa curiosa especie que son “los fabricantes de cuentos para concursos”, a quienes parodia con ingenio Fernando Iwasaki, en el reciente España, aparta de mi estos premios (2009).
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Y, sin embargo, el libro más sorprendente y novedoso, a pesar de sus innecesarias oscuridades, sigue pareciéndome el de Juan Benet, Nunca llegarás a nada (1961), aunque en aquel momento apenas nadie lo apreciara. El cuento vivía entonces, en perpetua crisis, como ha sido siempre, en la que los autores se lamentaban de la escasa atención que les prestaba la crítica y el poco aprecio que mostraban los editores por el género. Pero todo ello no impidió que narradores de otras hornadas sacaran a la luz volúmenes de gran calidad, tanto en el interior como en el exilio: La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos (1960), de Max Aub; Cuentos republicanos (1961), de Francisco García Pavón; el ciclo de cuentos de Miguel Delibes, Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), a los que habría que añadir los nombres de Carmen Laforet, Jorge Campos, Alonso Zamora Vicente, Arturo del Hoyo, Fernando Quiñones, Juan García Hortelano, Ricardo Doménech y Antonio Pereira. Y, desde luego, los excelentes cuentistas del exilio republicano, cuya obra, en el mejor de los casos, recibimos siempre con un cierto retraso. Me refiero a Ramón J. Sender, Rosa Chacel, Manuel Chaves Nogales (A sangre y fuego, 1937), Rafael Dieste (Historias e invenciones de Félix Muriel, 1943), Francisco Ayala (Los usurpadores, 1949), Álvaro Fernández Suárez (Se abre una puerta..., 1953) y Manuel Andújar. Puede consultarse, al respecto, la cuidada antología de Javier Quiñones, Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español (2006).
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El denominado boom latinoamericano, junto con la llamada de atención sobre sus antecedentes, cambió radicalmente el panorama, no sólo por el prestigio de la obra de Borges, Juan Rulfo y Cortázar, sino también porque otros escritores, como Alejo Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa o Carlos Fuentes, habían cultivado el género con notable fortuna. En primer lugar, el cuento era para ellos un género prestigioso, algunos se habían consagrado como narradores de proyección internacional, así Borges o Cortázar, con sus relatos, un concepto que reivindicó el autor de Rayuela, frente al de cuento o narraciones que solían utilizar los españoles, contagiados de realismo. En segundo lugar, el relato fantástico nos proporcionaba un visión más sutil y compleja de la realidad. Y, por último, el relato ofrecía una distancia perfecta para la experimentación, aunque esto se acentuó con los años, cuando la novela, en las prostrimerías del XX, se hizo más conservadora (Continuará).
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8 comentarios:

  1. Permítame: Tenía la revista y había leído su artículo... Echo en falta alguna mención a Jíménez Lozano de quien, por otra parte, Vd. incluía el cuento "La huerta de Job". Quisiera saber de dónde ha tomado ese cuento que no encuentro en los libros de su autor. Gracias.

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  2. Tienes razón, Domingo. También podría haber citado a Jiménez Lozano y a varios autores más que se lo merecían, pero en estos panoramas, tan breves, tienes que apostar por unos nombres, siendo a veces injusto. Lo que no entiendo es tu alusión a "La huerta de Job". ¿Dónde me refiero a ese cuento, en mi libro `Soplando vidrio´?

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  3. El cuento lo daba Vd. en su blog el 29 de octubre pasado y lo tiene etiquetado en "Microrelatos". Quizá es inédito como el que etiqueta "JJL 2" el 3 de noviembre.

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  4. Domingo, en efecto, es un microrrelato inédito. Se anuncia en la entrada.

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  5. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    TE SIGO TU BLOG




    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...


    AFECTUOSAMENTE:
    LA NAVE DE LOS LOCOS


    DESEANDOOS UNAS FIESTAS ENTRAÑABLES OS DESEO FELIZ AÑO NUEVO 2010 Y ESPERO OS AGRADE EL POST POETIZADO DE LA CONQUISTA DE AMERICA CRISOL Y EL DE CREPUSCULO.

    José
    ramón...

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  6. Una duda: si consideramos a Andrés Neuman autor de relato español y no de relato hispanoamericano, ¿no deberíamos también mencionar al colombiano Juan Gabriel Vásquez y su poderoso y denso "Los amantes de Todos los Santos" y a un joven compatriota argentino de Neuman que para mí es todo un descubrimiento: Patricio Pron y su reciente "El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan"?

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  7. Pues, creo que sí, Ernesto, y que autores nacidos en hispanoamérica pero afincados hace tiempo en España, donde editan su obra, tendríamos que asumirlos como propios, porque lo son, como Peri Rossi, Fernando Iwasaki, Juan Carlos Méndez Guedez, Norberto Luis Romero o Rodrigo Fresán, por no hablar de Bolaño y no repetir los que tú aduces.
    Pero de lo que realmente tendríamos que convencernos es de que una lengua genera, esencialmente, una única literatura, como pensaba Octavio Paz. Eso, como sabes, lo han entendido muy bien los alemanes, que no distinguen entre Kafka, Mann y Durrenmat. Pero esa idea debía de asumirse tanto en España como en México, Argentina y Chile. La realidad, por desgracia, es otra.

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  8. Hola, Fernando: Me ha gustado mucho tu Historia del cuento español. ¿Puedo reproducirla en la página de Letras de Chile?

    Un abrazo
    Lilian.

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