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La pieza es una adaptación libre de la Beggar´s opera (1728), escrita por John Gay, con música de Pepusch. Parece ser que fue el renacimiento de G.F. Haendel durante los años veinte en Alemania, propiciado por los conservadores, lo que incitó a Brecht y Weill a la adaptación de la pieza. No en vano, Gay/Pepusch habían reaccionado también en su momento contra la moda handeliana, contra la ópera fabulística de influencia italiana, con sus dioses y héroes, relacionando a las clases altas con el mundo del hampa. Por su parte, Brecht/Weill trasladaron la acción a la Inglaterra victoriana de la segunda mitad del XIX, obteniendo un gran éxito. Mackie, Jenny, la señora Peachum, estaban entonces representados por un célebre actor de opereta (Herald Paulsen), una cantante de cabaret (Rosa Valetti) y por la mujer de Weill (Lotte Lenya). En España, esta obra no pudo estrenarse hasta 1963 (tomo los datos de un artículo de Joan de Sagarra), aunque es muy probable que esta primera versión, en catalán, dirigida por Frederic Roda, y dirección musical de Antoni Ros Marbà, le costara la existencia a la ADB (Agrupació Dramática de Barcelona), cuyos locales y actividades fueron sospechosamente clausurados un mes después. Como dato curioso, hay que recordar que entre los mendigos y policías se encontraba un jovencísimo Albert Boadella. Ese mismo año apareció publicada la obra, la versión es de Joan Oliver y Feliu Formosa, en la editorial Fontanella.
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Cualquier aficionado al teatro debe tener varias óperas de perra gorda a sus espaldas, incluso puede conocer la versión cinematográfica de G.W. Pabst (en España se llamó La comedia de la vida, 1931), que no convenció a Brecht, aunque dudo que en nuestro país se haya visto ninguna puesta en escena de la calidad de ésta. Como es habitual en él, Robert Wilson despoja la pieza de toda parafernalia
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“Un paisaje tiene su músico. Berlín es La ópera de cuatro chavos”, escribe Rafael Chirbes en Crematorio, su reciente novela. Desde luego, Robert Wilson ha conseguido ese milagro que en el teatro consiste en limpiar la obra, modernizarla para que conserve su sabor añejo, pero rejuveneciéndola como nunca habíamos visto antes. Con total libertad, pero con absoluto respeto. Y la mejor prueba es el entusiasmo que muestra el público del Berliner. No en vano, en esta obra, como se lee en la primera didascalia, los mendigos mendigan, los ladrones roban y las putas se prostituyen..., mientras sigue girando y girando la rueda del mundo, como si de un carousell desatado se tratara, en el que todos acabaremos bailando al son que nos tocan...
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